De acuerdo al investigador brasileño Kjeld Jacobsen, las relaciones
entre los actores del mundo del trabajo se alteran en contextos de
guerra o dictadura, lo que supone la difícil tarea de llevar las
relaciones entre capital y trabajo a niveles más propios de tiempos de
paz. Así las cosas y considerando que gran parte del marco jurídico y
político vigente del trabajo en Colombia data de los primeros años de la
violencia política, la labor de normalización de las relaciones obrero
patronales en el país es verdaderamente titánica.
Esta transformación supone una verdadera revolución en la cultura,
las prácticas y las percepciones mutuas entre organizaciones sindicales
-como actores centrales de la acción colectiva autónoma de los
trabajadores- y los representantes de la parte empleadora en todos los
ambientes productivos. Entender que la irrupción de un panorama de larga
y difícil construcción de una paz viable también traspasa al ámbito
productivo, es una labor que apenas comienza, cabalgando sobre lógicas
sencillas pero profundas, como la que supone que si estado y subversión
fueron capaces de reconocerse y negociar hasta llegar un acuerdo para
renunciar al mutuo exterminio, es impresentable que empresarios y
trabajadores organizados no hagan lo propio.
Y es que las lógicas de la
guerra, de la eliminación del otro en su totalidad -gremial, política y
hasta física en ocasiones-, hace mucho rato son moneda corriente en las
grandes y medianas empresas del país. El desmonte de esas lógicas y
haceres de tiempos de guerra requiere paciencia e intervención a muchos
niveles de la capacidad de los actores del mundo del trabajo para migrar
hacia relaciones civilizadas y modernas. Acá tienen su parte la
universidad (en especial facultades de administración y derecho), la
educación para el trabajo (formando ciudadanos plenos que conozcan y
ejerzan sus derechos), los gremios productivos y por supuesto, las
centrales sindicales y los grandes sindicatos.
La guerra jurídica, que llena los bolsillos de firmas de asesoría
pero no soluciona conflictos -más aun, los enrarece hasta límites
ridículos-, la falta de rigor técnico en procesos de negociación y
dialogo y viejos y caducos estilos gerenciales, se interponen en una
agenda seria de modernización de las relaciones laborales en el país.
Pero ha llegado una hora impostergable para cambiar esa abigarrada
cultura de guerra de posiciones, de incapacidad para negociar
provechosamente en una nueva realidad que requiere de fuertes acuerdos
redistributivos y democracia en el trabajo para que el mundo laboral le
aporte a la construcción de una paz sostenible.
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