lunes, 16 de septiembre de 2013
EL REY LUIS ENRIQUE Y SU CORONA DE HOJALATA
Distantes en el tiempo, como los días de escasa democracia interna en el claustro, están los intentos de Luis Enrique Arango, el sempiterno rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, de presentar su administración como justa ante la comunidad universitaria. Distantes como sus divagaciones teóricas de sabor neoliberal y postmoderno que en sus primeros abriles de delirante rey de la Julita publicaba, sobre el enfoque educativo en Morin y la validez de “navegar en un mar de incertidumbre a través de archipiélagos de certeza”, en medio de un nuevo ethos intelectual y de vida, basado en la redefinición de las fronteras de la moral y el hecho, según el incuestionable, de que “los principios cambian, son negociables” en esta ya no tan nueva era de conocimiento de supermercado, a la medida de la demanda, donde el estudiante es el impávido comprador de un paquete de créditos depositados en refaccionados y barnizados estantes, llamados carreras, facultades y departamentos. También distantes están esos días en donde quizá autopercibiendose como un hombre valiente y preparado en las lides de la doxa, se invento los “diálogos con el rector”, espacios periódicos en donde al parecer, planeaba “dialogar con la comunidad” sobre su obra de gobierno, aspirando secretamente a “callarle la boca” a esa izquierda tradicional del movimiento estudiantil y profesoral que, supuestamente atrapada en otro tiempo, agitaba sin razón a la comunidad sobre preocupaciones frívolas o simplemente motivadas “desde la orilla de lo gremial” como espetaba hace ya 13 años. Apenas dos si mi memoria no me falla, fueron las sesiones de sus afectados “diálogos” pues su expirada raigambre de debatidor y su propio orgullo maltrecho no le dieron para más, ante la respuesta pública y directa que le dimos en el momento.
Luis Enrique rápidamente renuncio a esta vía, la de su intento muerto en el huevo de disuadir a la comunidad sobre las ventajas de la en aquella época nueva administración y rápidamente se rebeló en su verdadera dimensión de dictadorzuelo viajero, que prevalido de su autoridad administrativa podía prescindir de la comunidad académica y universitaria, desde su sillón en el bloque A o a control remoto desde cualquier lugar del mundo. Estaba en condición de imponerlo todo por encima de la propia academia a través de sus amanuenses y empleados de confianza, para lo cual fue perfeccionando con los años un hipertrófico aparato burocrático dependiente directamente de su cargo, una muy larga línea de staff para diseñar, imponer y monitorear su plan de modernización de la UTP con enfoque neoliberal desde la lógica del autoritarismo. Oficina de protocolo, relaciones internacionales, el propio ILEX, oficina de comunicaciones, las vicerrectorias incluyendo la adaptación de ese brazo mercachiflero, extraño y deforme al cuerpo de la universidad llamado “vicerrectoria de responsabilidad social”, han sido la nueva torre de marfil de la era de la globalización neoliberal desde la cual Luis Enrique ha dado su combate, mayormente victorioso, para convertir a nuestra abusada universidad en una nueva, una de paredes mas blancas y estudiantes mas obedientes, de profesores más eficientes y flexibles, de empresarios y politiqueros que con donaciones, cuotas burocráticas, contratos a la medida, fiestas y cocteles, son los nuevos dueños de la universidad, depositarios según los delirios autoritarios del rector y su círculo de confianza de la nueva y “mejorada” autonomía universitaria.
A Luis Enrique su administración y su ya casi septuagenario cuerpo y aspecto le hacen el inventario. Ya van más de trece años, desde ese enero de 2000 en que salto de su condición de representante de ministerio de educación en el CSU a la silla rectoral abriendo, porque no reconocerlo, una nueva era no solo en la vida institucional sino en los estilos y enfoques para administrar una universidad, en un caso quizá inédito en la historia reciente de la educación publica Colombiana, de permanencia en el provincial pero deseable poder de ser el representante legal y hoy por hoy orientador casi omnímodo de los destino de la UTP. En las instituciones privadas es casi regla el criterio según el cual el dueño o mentor del respectivo centro educativo tiene derecho a momificarse en la rectoría si así lo quiere, hasta que no tenga cabello que peinar ni dientes que cuidar, pero en las universidades públicas era más inusual tal cosa. Luis Enrique puso pues de moda no solo la autocracia para dirigir un claustro, sino la gerontocracia como nuevo grito de la moda administrativa publica. Quizá ya no se asome al balcón de palacio a arengar a sus súbditos, pero ya en sus sesentaytantos -pasado como se sabe de la edad de retiro forzoso en el servicio público que es de 65 años- el rector escribe columnas para diarios locales, abre y cierra eventos con discursos escritos por mano propia, viaja profusamente -como siempre- resuelve los vericuetos de una universidad de mostrador con su equipo de confianza y hasta se le ve de vez en cuando desayunando en sudadera un domingo cualquiera en cercanías a la U. “Es una tromba, un huracán de energía el viejito” me refería un amigo en una mezcla de sinceridad y fastidio refiriéndose al rector. Gracias a la energía de sus últimos lustros la UTP es otra: salto de poco mas de 3000 estudiantes a finales de los 90 hasta una comunidad de más de 20.000 personas en la actualidad, abrió programas, privatizo otros, transformo a su acomodo las relaciones de poder y su manifestación orgánica dentro de la universidad, amplio el área construida pero aun mucho más los cupos disponibles, ha combatido sin cuartel la oposición interna a sus decretos reales, intrumentalizo y lobotomizo al consejo académico, se embolsillo al superior, hizo acuerdos con los politiqueros dueños de la región y hasta le quedo tiempo para cambiarle de nombre a los edificios.
Sin embargo,tras más de trece largos, trasegados y perplejos años en la rectoría, su corona ya no brilla igual. Luis Enrique es un rey en funciones, uno arrogante y afirmativo, pero al fin y al cabo rey de provincia, de una villa que tiene contratos y proyectos para ofrecer a buenos postores, pero que no es una mina de oro inagotable. La comunidad universitaria, especialmente los estudiantes que, contra lo que se pudiera creer si tienen memoria, están absolutamente cansados de su presencia, sus decretos de imperativo cumplimiento, sus llamados al 112 cuando alguien reclama, sus reuniones con padres de familia para secuestrar a los estudiantes dentro de sus cuidados paternos, su figura tan trajinada ya en la julita y Avianca. Su corona nunca ha sido de oro con incrustaciones de zafiros y diamantes, es la misma corona de hojalata de siempre, solo que ahora opaca y maltrecha por los años, que se le quiere ir ella misma de su emblanquecida y despoblada cabeza. Ya nadie da para más en la UTP con esta administración: ni los profesores, ni los estudiantes, ni algunos miembros de su administración, ni el mismo creo. Más le valdría retirarse, ya esos días aguerridos pasaron, seguramente su familia, sus amigos y su biblioteca lo esperan para pasar apaciblemente aun cuando sea un último periodo de su existencia. Esperar hasta los 75 es francamente demasiado para usted y todos los que estamos tan cansados de su gestión. Dele un descanso a su corona de hojalata.
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