miércoles, 18 de octubre de 2017

RELACIONES LABORALES EN TIEMPO DE POSACUERDO (I).

De acuerdo al investigador brasileño Kjeld Jacobsen, las relaciones entre los actores del mundo del trabajo se alteran en contextos de guerra o dictadura, lo que supone la difícil tarea de llevar las relaciones entre capital y trabajo a niveles más propios de tiempos de paz. Así las cosas y considerando que gran parte del marco jurídico y político vigente del trabajo en Colombia data de los primeros años de la violencia política, la labor de normalización de las relaciones obrero patronales en el país es verdaderamente titánica.

Esta transformación supone una verdadera revolución en la cultura, las prácticas y las percepciones mutuas entre organizaciones sindicales -como actores centrales de la acción colectiva autónoma de los trabajadores- y los representantes de la parte empleadora en todos los ambientes productivos. Entender que la irrupción de un panorama de larga y difícil construcción de una paz viable también traspasa al ámbito productivo, es una labor que apenas comienza, cabalgando sobre lógicas sencillas pero profundas, como la que supone que si estado y subversión fueron capaces de reconocerse y negociar hasta llegar un acuerdo para renunciar al mutuo exterminio, es impresentable que empresarios y trabajadores organizados no hagan lo propio.

Y es que las lógicas de la guerra, de la eliminación del otro en su totalidad -gremial, política y hasta física en ocasiones-, hace mucho rato son moneda corriente en las grandes y medianas empresas del país. El desmonte de esas lógicas y haceres de tiempos de guerra requiere paciencia e intervención a muchos niveles de la capacidad de los actores del mundo del trabajo para migrar hacia relaciones civilizadas y modernas. Acá tienen su parte la universidad (en especial facultades de administración y derecho), la educación para el trabajo (formando ciudadanos plenos que conozcan y ejerzan sus derechos), los gremios productivos y por supuesto, las centrales sindicales y los grandes sindicatos.


La guerra jurídica, que llena los bolsillos de firmas de asesoría pero no soluciona conflictos -más aun, los enrarece hasta límites ridículos-, la falta de rigor técnico en procesos de negociación y dialogo y viejos y caducos estilos gerenciales, se interponen en una agenda seria de modernización de las relaciones laborales en el país. Pero ha llegado una hora impostergable para cambiar esa abigarrada cultura de guerra de posiciones, de incapacidad para negociar provechosamente en una nueva realidad que requiere de fuertes acuerdos redistributivos y democracia en el trabajo para que el mundo laboral le aporte a la construcción de una paz sostenible.

martes, 3 de octubre de 2017

AFILIACION A SINDICATOS: UNA DEUDA AUN PENDIENTE

Está demostrada la existencia de una relación positiva entre la pertenencia a un sindicato y una mejor remuneración, como lo explica Trujillo[1] para el caso Colombiano, o en escala internacional, el impacto virtuoso de mayores tasas de sindicalización sobre una distribución del ingreso más equitativa -como lo exponen Maura y Mulas[2]-, así como sobre una mayor riqueza nacional y desarrollo humano -de acuerdo a Sergio Chaparro[3]-. Sin embargo, persisten en Colombia factores estructurales que disuaden a los trabajadores de incorporase a un sindicato -con el déficit democrático que además esto lleva aparejado-, por lo que las tasas de sindicalización en el país se mantienen entre las más bajas de Latinoamérica y de otras economías comparables en el mundo.
La disminución de la tasa de sindicalización es un fenómeno mundial, que ha afectado incluso a las economías más desarrolladas como producto de la aplicación de medidas de inspiración neoliberal desde los años 90 y el abordaje de las crisis económicas -especialmente en los años 1999-2000 y 2007-2008- que concibe al factor trabajo como un “amortiguador” sobre el cual se descarga el peso de las medidas de ajuste de las economías. Si bien en los 90 se alcanzó un máximo histórico de afiliación a sindicatos, este ha descendido sostenidamente hasta la actualidad, siendo representativa la caída de 21% en 1999, a 16,7% hacia 2014[4] en el promedio de los países pertenecientes a la OCDE, como porcentaje de afiliación entre trabajadores ocupados. Sin embargo y como es bien conocido, el caso de Colombia involucra otras variables para explicar el descenso que la sindicalización registró en forma sostenida desde los años 80 hasta el año 2010: la persistente violencia antisindical y el efecto de la guerra sobre los trabajadores, viejas y nuevas formas de persecución a los sindicatos por parte de los empleadores y la pobre capacidad institucional del estado Colombiano para ejercer vigilancia y control efectivo sobre las relaciones laborales y la actividad de los empresarios. El primer censo sindical, realizado en Colombia hacia 1980, mostro que de cada 100 trabajadores ocupados, 16 pertenecían a un sindicato, mientras que para el año 1984, su número se redujo hasta 10 por cada 100 –según un segundo censo, realizado entre 1983 y 1984[5]-. Desde 1990, la dinámica ha sido la siguiente:


Es así que si bien entre 2010 y 2015 puede observarse una mejora de al menos 20% en la membresía sindical -unos 171.000 nuevos afiliados-, concurrentemente han aumentado en forma sostenida el número de nuevas organizaciones sindicales registradas ante Mintrabajo. Como se ha expuesto ya, un número significativo de estas organizaciones –por encima de las 1000-, son sindicatos simulados que tienen el único propósito de capturar recursos por vía del contrato sindical, pero otro tanto, expresan el resultado de la acción combinada de la resonancia que ha tenido en el mundo la persecución violenta a los sindicalistas Colombianos, algunas garantías parciales asociadas a acuerdos paralelos a los TLC y la acción decidida de trabajadores que después de varios intentos, pudieron constituir por primera vez organizaciones sindicales en importantes empresas de casi todos los sectores de la economía -especialmente el comercio y los servicios-.

Nivel actual de sindicalización en Colombia

De los 22 millones, 367 mil trabajadores que había en Colombia a diciembre de 2015 y de los 10 millones, 987 mil trabajadores asalariados, apenas 1 millón, 2555 se encontraban afiliados a algún sindicato, lo que implica una tasa de afiliación muy baja: 4.48% respecto a la población ocupada y 9,12% respecto a la población ocupada asalariada. Se debe considerar además la caída sostenida de las tasas de crecimiento de la afiliación a sindicatos desde 2010, año en que el sindicalismo creció a una tasa del 6,8%, mientras que para 2015 lo hacía a un ritmo del 1,21%.
La mayoría de estos nuevos sindicatos son de gremio, el 48.4%, conformados en su mayor parte por trabajadores informales, (principalmente trabajadores por cuenta propia del comercio informal) y por asociaciones de campesinos pobres.

Esta tasa de sindicalización ha evolucionado muy poco en los últimos años, aunque se haya incrementado el número de sindicatos. En efecto, a partir de la decisión de la Corte Constitucional de declarar ilegal la función que el Ministerio del Trabajo ejercía respecto de la inscripción de los sindicatos en el registro sindical, y de declarar inexequibles los artículos del CST que prohibían el paralelismo sindical, ahora ya es posible crear cualquier sindicato y regístralo ante el Ministerio sin mayores problemas legales, pues cualquier objeción sobre su legalidad debe hacerse ahora ante los jueces. Por esta razón en los últimos años se han creado por ejemplo más de 300 sindicatos en el sector de la salud para remplazar en su función a las falsas cooperativas de trabajo asociado, que hacían intermediación ilegal y que les fue prohibida por ley, y más de 200 en la administración pública, estos últimos sin incrementar la afiliación pues se trata de nuevos sindicatos que afilian a trabajadores que ya estaban sindicalizados, muchos de los cuales presentan doble o múltiple afiliación.

Esta baja densidad sindical hace que la cobertura de la negociación colectiva sea prácticamente inexistente en sectores como el comercio, hoteles y restaurantes -0.8%-, servicios sociales, comunales y personales -1.0%-, construcción -1.2%-, actividades inmobiliarias, empresariales y alquiler -1.4%-, sector agropecuario -1.6%-, transporte, almacenamiento y comunicaciones -1.7%-. Así mismo, en la industria manufacturera hayan más pactos colectivos (352) que convenciones colectivas (231), sectores todos en donde conformar sindicatos auténticos y autónomos encuentra una feroz oposición por parte de los empleadores.

En este sentido, el Diálogos Social en Colombia es imposible mientras no se cumplan  las condiciones que la OIT ha señalado para que de verdad sea una realidad y no simple simulación: “la existencia de organizaciones de trabajadores y de empleadores sólidas e independientes, con la capacidad técnica y el acceso a la información necesarios, la voluntad política y el compromiso de todas las partes interesadas, el respeto de la libertad sindical y la negociación colectiva, y un apoyo institucional adecuado”.[1]

La dispersión sindical

La controversia sobre la proliferación de organizaciones sindicales, aunque no tiene una interpretación única, es igualmente rechazada institucionalmente tanto por los empleadores como por las centrales sindicales, e incluso ha sido calificada como “libertinaje sindical” por funcionarios del propio ministerio. El profesor Jairo Villegas, expone el contraste en los siguientes términos:
“La negociación colectiva en el sector público, da en resumen 2 años de negociación, 608 acuerdos colectivos en una sola mesa y un solo acuerdo colectivo; en contraste, en el ámbito contractual el panorama es catastrófico, un ritual suicida con un carnaval de fueros sindicales, mesas de negociación, tribunales de arbitramento como negocio redondo para dirigentes sindicales. Se ha reducido el número de sindicalizados y se ha duplicado del número de aparatos sindicales. La tasa de sindicalización da pena ajena (hasta 4,4), con cobertura del 2% de contratos colectivos, lo que es prácticamente nada;… en un país que cultive la participación y el dialogo social, donde las empresas y sindicatos tengan su protagonismo, hay que racionalizar la negociación colectiva”[2].
Aunque no hay una explicación única para este fenómeno, se deben considerar las diferentes versiones sobre el tema:
Ø  De tipo jurisprudencial y normativo: aborda el choque generado entre de un lado, el diseño original del Código laboral Colombiano, pensado para la unidad de contratación y la negociación colectiva por empresa y de otro las sentencias de la corte constitucional que declararon inconstitucional la contratación única, el sindicato más representativo -o “unicato”- y la consecuente legalidad de la coexistencia de varios sindicatos en una firma o empresa. De acuerdo a académicos y asesores jurídicos de los empleadores, esta inconsistencia ha dado lugar a la proliferación sin control de organizaciones sindicales, que aprovechan las garantías de creación y existencia pensadas para otra arquitectura de las relaciones obrero – patronales.
Ø  La búsqueda legitima de protección: en Colombia sigue siendo una práctica extendida entre los empleadores la persecución sindical, por lo que los trabajadores cuando prevén una vulneración de derechos,  hacen uso de su derecho a conformar una organización sindical, que no tiene en numerosos casos otro propósito que proteger con fueros a algunos de sus afiliados. Si bien esto no es deseable porque los sindicatos tienen por propósito central la transformación de relaciones laborales por vías como la negociación, el dialogo y la movilización, es una realidad impuesta en muchos casos por la sistemática violación a la libertad sindical que campea en el país.
Ø  El abuso de la figura: para los empleadores hay abuso del derecho tras la proliferación de organizaciones, mientras que desde algunas expresiones del movimiento sindical se reconoce que no todas las estructuras sindicales creadas en los últimos 15 años expresan una determinación legitima de representar trabajadores y negociar colectivamente, explicándose muchas veces el fenómeno en el deseo de unos pocos trabajadores por mantener algunos fueros sindicales y unas mínimas garantías como permisos y auxilios en organizaciones languidecientes y sin vocación de crecimiento alguna.
Si como el caso  Colombiano lo acredita, mas sindicatos no implica necesariamente más afiliados, hay una importante deuda que los actores del mundo del trabajo deben saldar para estimular la creación y consolidación de sindicatos legítimos, con amplia representatividad y exentos de las prácticas persecutorias que el común de los empleadores practica y el estado es incapaz de controlar. Transformar la realidad de fraccionamiento sindical exige superar la visión francamente atrasada de la gestión humana y las relaciones laborales que es moneda corriente en nuestro medio, así como la transparentación de las intenciones de los trabajadores a su interior hacia el fortalecimiento de poderosas organizaciones sindicales preparadas para un nuevo escenario de negociación multinivel.


Hacer sustentable el crecimiento de la membresía sindical: el reto principal.

El crecimiento de la pertenencia a sindicatos registrado en los últimos 5 años es un logro atribuible a la acción sindical en diferentes escenarios y no una simple concesión del estado y los empleadores[3]. Sin embargo, si quisiéramos simplemente alcanzar los estándares de los países OCDE de acuerdo a la determinación del actual gobierno de insertar a Colombia en este grupo de economías más desarrolladas, tendríamos que afiliar de inmediato y a verdaderos sindicatos autónomos, al menos a 2,77 millones de nuevos trabajadores, además de los 1.002.555 ya existentes. A la actual tasa de afiliación interanual[4] y suponiendo que algunas tímidas garantías para la sindicalización generadas en los últimos años persistan en el tiempo, tardaríamos 70,3 años en alcanzar los actuales niveles de afiliación de los 35 países OCDE.
El retroceso mundial de las tasas de afiliación parece estar tocando fondo en los últimos años, con ocasión de formas de resistencia de alcance mundial a la aplicación de recetas de ajuste que concentran su acción en afectar derechos de los trabajadores. Se propició por esta vía el ambiente necesario para la conformación de redes sindicales y luchas a través de empresas multinacionales y cadenas globales de valor, en las que ya muchos sindicatos Colombianos tienen una importante presencia y que han dinamizado campañas organizativas, formas de solidaridad con sindicatos en el país y acciones de incidencia ante casas matrices de muchas compañías nacionales y extranjeras para exigir el respeto por aspectos básicos de la libertad sindical. Esta, es sin duda una fuerza que ha impulsado significativamente las aun pequeñas variaciones positivas en la membresía sindical, pero es insuficiente para cerrar la brecha de sindicalización mostrada.
Persiste en el país una cultura empresarial de rechazo a los sindicatos y el conflicto armado golpeo profundamente a las organizaciones de trabajadores, explicándose así su bajo nivel de implantación social, lo que sumado a la descentralización de la negociación colectiva, ha confinado a vastos sectores de la economía a bajos salarios y precarias condiciones de empleo, en medio de la pobre capacidad institucional del estado para ejercer control y vigilancia efectivos. Es decir, nos enfrentamos a poderosas dificultades estructurales que mantienen en bajos niveles la membresía sindical. Algunas fórmulas para hacer frente a estas barreras a la sindicalización, involucran la transformación de la cultura empresarial imperante basada en la rotulación de los sindicatos como enemigos, la eliminación de la practica estatal de tratar los conflictos laborales como incidentes de orden público, el ejercicio de medidas de control por parte de la OIT al estado Colombiano para el cumplimiento de los convenios relacionados con libertad sindical -especialmente en materia de injerencia indebida de los empleadores en asuntos de los trabajadores, negociación y ejercicio de la huelga-, y el desarrollo de un marco de negociación multinivel que desestimule la creación de nuevas estructuras sindicales y propicie su convergencia en poderosas organizaciones por rama de actividad.
Por último, para hacer sustentable el crecimiento a escalas mayores de la afiliación a sindicatos como ejercicio de la ciudadanía laboral y para el fortalecimiento de la democracia, se debe entender el aumento de la afiliación a organizaciones legitimas de los trabajadores como una llave para abrir la puerta de la reconstrucción del movimiento sindical destruido por la guerra dando lugar a una política de reparación colectiva orientada a fortalecer el musculo organizativo del movimiento sindical. La paz es una ocasión privilegiada para contener la caída sostenida de las tasas de crecimiento de la afiliación a sindicatos registrada desde el 2010, considerando que mientras ese año se agregaron unos 57.000 nuevos trabajadores a organizaciones sindicales, en 2015 apenas lo hicieron unos 11.970, lo que atestigua además el agotamiento de las precarias garantías generadas por los acuerdos paralelos a los TLC y otras medidas, como mecanismo para estimular la llegada de nuevos trabajadores a organizaciones sindicales.



[1]Programa regional para la promoción del dialogo y la cohesión social en América Latina. Recuperado de http://dialogosocial.lim.ilo.org/?page_id=82
[2] Palabras del profesor Jairo Villegas en jornadas académicas sobre tercerización y conflictividad laboral, coordinadas por la Universidad Javeriana, 1 de diciembre de 2015.
[3] Acciones como la denuncia en el concierto internacional de la violencia antisindical, la acción en escenarios como las conferencias anuales de la OIT, la exigencia por acuerdos paralelos a los TLC para la protección de derechos laborales y la libertad sindical y las campañas de afiliación acometidas por las centrales sindicales.
[4] Esto es, con un crecimiento interanual promedio de 3,94% como fue el registrado entre los años 2010 y 2015 de acuerdo al sistema CENSO SINDICAL de la Escuela Nacional Sindical. 




[1] TRUJILLO Suarez, José Daniel. “diferencias salarial entre sindicalizados y no sindicalizados: un análisis para los sectores público y privado”. Revista IB, Departamento Administrativo Nacional de Estadística DANE, 2013.
[2] MULAS-Granados Carlos, MAURA Francese “Functional income distribution and its role in explaining inequality”. Informe para el Fondo Monetario Internacional. 2015.
[3] CHAPARRO, Serigio. “Poder sindical, desigualdad y dignidad humana”. Recuperado de http://www.dejusticia.org/#!/actividad/2645
[4] “Trade union density”, 2014. OECD Stat. Recuperado de https://stats.oecd.org/Index.aspx?DataSetCode=UN_DEN
[5] Guataqui-Rodriguez-Garcia. “Determinantes estructurales de la sindicalización en Colombia”, Universidad del Rosario, Facultad de economía. 2009. 

lunes, 26 de septiembre de 2016

La izquierda colombiana en el espejo: ¿Qué sigue para el campo popular en el posacuerdo?


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Al decir de un reconocido medio nacional afecto a círculos tradicionales del poder, la incorporación de las FARC devenidas en partido político a la lucha legal, moverá “placas tectónicas” a ambos lados del espectro izquierda – derecha. De hecho, un riesgo inmediato de un acuerdo de paz como el colombiano, es que las farc, imprescindibles en adelante para la gobernabilidad de Juan Manuel Santos y cia, terminen asimilados al establshment e instrumentales a la continuidad en el modelo social y económico representado por el santismo. Pero esta no es mi preocupación inmediata, ya que las farc son en ultimas, ellos mismos, los dueños de su destino político. Eso sí, esperamos que en una actitud de madurez y firmeza en sus planes, estos compañeros -o al menos una buena parte-, lleguen a hacer política por un país diferente con humildad, al lado y en coordinación con quienes lo llevamos haciendo sin armas y en diferentes expresiones del movimiento social por muchos años ya.

Me inquieta esa sí, la catarsis que las tantísimas y tan dispersas expresiones de la izquierda colombiana, estén -o no- haciendo en este interregno de nuestra historia, como nos estamos viendo y como nos queremos ver y más aún, en que espejo nos reflejamos. Porque podemos reflejarnos en la madurez de las lecciones recogidas, en un plan serio para la reconstrucción y adaptación de un proyecto revolucionario que fue derrotado con enorme violencia por los sectores dominantes, aplicados como es necesario a constituirnos en la variedad de nuestro pueblo como una alternativa cohesionada y creíble de poder. O también -y que gran riesgo hay de que esto sea lo que pase-, podemos asomarnos en nuestros queridos pero autodestructivos espejuelos de la vanidad, del sectarismo porque si, del hegemonismo y del embotamiento ideológico y organizativo de un posacuerdo que no es automáticamente ni de cerca, una autopista que nos llevara a un nuevo gobierno de vocación popular y transformadora.

Luchar en nuevas condiciones, pero seguir luchando por un país radicalmente diferente, es un reto a nuestra lucidez, a nuestra comprensión del momento político y a nuestra propia historia. Reflejarnos en el espejo de la unidad para construir el programa y las apuestas organizativas y de lucha que le devuelvan vigencia a la izquierda opuesta a los absurdos del deforme capitalismo criollo, requerirá de dosis de madurez, de desprendimiento y de sentido de lo estratégico que nos han sido esquivas por mucho tiempo. Que bien nos vendría por ejemplo un buen seminario ideológico de las izquierdas colombianas en el umbral del posacuerdo, donde nos inventariemos con tranquilidad, en nuestras miserias como en nuestras virtudes, donde hagamos un gran pacto para que el proyecto de una Colombia realmente diferente -socialista pensamos algunos aun-, no se ahogue en un mar de optimismos candorosos porque ahora si llego la “paz”, sino que se recomponga para buscar el poder en mejores condiciones; tal seminario es quizá simplemente imposible, pero permítanme soñar en este punto e invitar -también con una alta dosis de ingenuidad- a pensar prontamente en tal escenario.
 

Los acuerdos de La Habana, abren más de una oportunidad muy interesante para avanzar en la resolución de problemas materiales y espirituales de millones de colombianos, pero pueden ser los adoquines de un camino para una paz sin transformaciones en las lógicas del poder, que como la historia atestigua, son la simiente de nuevas conflictividades. La ampliación de nuestro espectro político, la modernización de una parte del campo colombiano, el ahorro en muertos y desposeídos que el fin del componente armado del conflicto trae, son razones poderosas para votar sin ambages SI el próximo 2 de octubre, pero en absoluto son el programa democrático y soberano que nos merecemos para bien de nuestro pueblo. Revisemos bien a cual espejo nos queremos mirar, para no dolernos en un futuro cercano de haber dilapidado otra oportunidad para ponernos desde la izquierda al día con el pueblo y saldar la enorme deuda que con el tenemos por no haber sabido antes encontrar coincidencias estratégicas.

lunes, 7 de marzo de 2016

EL RENACIMIENTO DEL SOCIALISMO

Una de las capacidades más notables del sistema capitalista, es la de reciclarse, lo que le ha permitido dar lugar a un sistema de estado profundamente estable, introduciendo cuando es necesario ligeras variaciones. De formas de gobierno que van de la monarquía constitucional, pasando por la típica configuración socialdemócrata europea hasta la "democracia occidental" impuesta por la fuerza sobre la noción de libertades del imperialismo estadounidense, la pervivencia de regímenes basados en el derecho constitucional burgués y la "libre concurrencia" son la nota predominante desde mediados del siglo XIX. El reto ha estado siempre del otro lado de la mesa, por cuenta de quienes sostienen que es posible y necesaria una sociedad diferente. Para algunos como expresión del balance de las experiencias socialistas del siglo XX y para otros como abierta negación de estas, de la emergencia de gobiernos -esto es, de sistemas de gobierno, sin tocar el fondo de las relaciones entre el derecho y el estado burgués- arribados al poder en Latinoamérica por vía electoral entre finales del siglo pasado y comienzos del actual, surgió el confuso pero sonoro termino de "socialismo del siglo XXI".

Ya en 2016, a esta forma tropical de socialismo vaciado de su contenido original, el camino recorrido le hace el inventario y el mainstream de la opinión, lo da por un verdadero muerto vivo, muy cercano a ser un completo difunto, enterrado pero con algunos deudos aun. No nos proponemos analizar que salió mal en este experimento, ni si logro alguno de sus propósitos fundacionales, sino más bien balancear las posibilidades de que, como con todas las transformaciones sociales y espirituales de los hombres, en lo viejo este medrando lo nuevo. Pero ¿qué es lo nuevo, la alternativa para plantar cara al orden planetario del capital que puede desprenderse de la reciente experiencia latinoamericana? Las pistas, contrario a lo que se pudiera pensar, vienen ahora de fuera del continente, e incluyen como rasgos sintomáticos, la maduración de proyectos alternativos creíbles dentro de reputadas democracias occidentales: la jefatura partidaria de Jeremy Corbyn sobre los laboristas ingleses, la fanaticada juvenil de Bernie Sandres en EUA y porque no, el adocenado proyecto de la neoizquierda -o ¿no-izquierda?- española derivada del llamado 15-M. El mensaje para leer entre líneas, es el mismo en todas estas experiencias, y es que el socialismo, las vertientes que tributan sus orígenes al marxismo y las formas maduras del comunismo, no estaban eliminadas estratégicamente del mapa de posibilidades políticas y tenían aun un lugar en la memoria y en la imaginería de millones de pobladores del mundo, ya demasiado afectados por los horrores de la crisis como para buscar salidas nuevas con fórmulas agotadas. En este punto no hay que confundirse: no hay un renovado liderazgo marxista global en posicionamiento, pero sí millones de personas que están logrando constituir un interesante sujeto político colectivo, menos dispuesto a llevar la peor parte de la gestión de la crisis sin interpelar a sus causantes.

Volviendo al entorno regional, el agotamiento del ciclo "progresista" electoral, trajo de palmos a los ciudadanos a la sentencia sencilla, según la cual no se puede aspirar a instaurar una sociedad pensada para el bienestar humano y la convivencia con el planeta, si no se tocan las estructuras de poder y propiedad que fundamentan las tragedias del capitalismo, menos aun si los recursos que originan la tímida política social Brasilera o Venezolana, provienen de una pasajera bonanza de las materias primas, que a la sazón dejo las cuentas fiscales en rojo y una gran resaca por no haber desarrollado políticas serias de industrialización, sustitución y reivindicación profunda de las soberanías nacionales con estos millonarios recursos. La versión baja en calorías de socialismo que hizo algo de alboroto en el vecindario, llego rápidamente a su límite, renovando paradójicamente las agendas de la derecha de siempre, que ahora se muestra como la esperada renovación, para no seguir paseando con los dinosaurios del socialismo Chavista. La pregunta natural, hecha desde sectores sociales bien intencionados pero escépticos sobre sus posibilidades de acción en la región -cosa de no poca importancia, pues esta es una herencia interesante del ciclo "progresista", la de la construcción de expresiones organizadas del movimiento social-, es ¿qué sigue? ¿es realmente posible mantener altas banderas de proyectos alternativos ante la bancarrota del progresismo latinoamericano del siglo XXI? Aventuremos, desde un sí rotundo a estas preguntas, algunos escenarios en medio de los cuales como consecuencia de la actual transición de vuelta a lo viejo en nuestro subcontinente, probablemente naveguemos en los próximos años: 
 
a) Escenario de "reencauche" neoliberal.
Tal y como parece estar pasando, se suceden en reemplazo de los gobiernos alternativos, las mismas formaciones políticas que habían casi ininterrumpidamente detentado el poder desde el origen de los órdenes republicanos Latinoamericanos. Prevalidos del evidente fracaso de los progresistas en la gestión de la crisis y la incapacidad para resolver problemas básicos de la gestión económica y social de sus respectivos países, las clases dominantes tradicionales se muestran como una salida, reconquistando el poder por la misma vía que lo habían perdido: con votos. Es decir, los neoliberales, que abrieron la caja de pandora de todos los males sociales en la región, se muestran como salvadores y en medio del desencanto, la gente ¡les cree!. El caso emblemático de esta tendencia es Mauricio Macri, que arrebata después de 12 años ininterrumpidos, el poder a la casa "K", pero no es descartable un efecto dominó: La derecha Venezolana, infinitamente torpe para buscar por los votos o el golpe la retoma del poder, ha avanzado posiciones en el parlamento, mientras los resultados electorales hacia una reforma constitucional en Bolivia, cerraron  la posibilidad de la reelección ad infinitum de Morales. La revolución ciudadana de Correa aun parece relativamente solida de momento, aunque el papel de la CONAIE en el desenmascaramiento de su gobierno, le ha pasado factura. De fondo: la transición suave de Cuba, la "dignidad de las américas" hacia una apacible economía de mercado con cada vez menos dejos socialistas. El remozamiento de la derecha latinoamericana, que esta vez no necesito la intervención militar directa de potencias imperialistas, llega pues en forma relativamente amable, mas apuntalada por los errores de la corriente progresista que por los propios méritos de los partidos tradicionales. Como ya ha juzgado la historia en tantos ensayos similares, la gran tragedia de los reformistas se repite: la de pretender cambiar el orden establecido aliados con los de siempre y sometidos a sus reglas de juego. 

b) Cambio de la cultura política latinoamericana, con el progresismo en tránsito al ADN político de la región.
Lo hecho en los últimos años por los gobiernos alternativos en Latinoamérica, ha marcado a todo el espectro político -incluso de la derecha- y de algún modo, ha insertado temas de "justicia social" en la agenda permanente de los países señalados. Por esto, aun cuando sea como un mero mecanismo para retomar el poder con menos resistencia ciudadana, las clases dominantes tradicionales han apropiado algunas de estas banderas y por supuesto, las expresiones aún existentes del movimiento social surgido en los últimos años, las tienen como propias y harán esfuerzos para mantenerlas. Valga eso si señalar como más arriba se indica, que ni uno ni otro camino lograron -o lograran-, transformaciones sustanciales con programas sociales que no descansan en cambios en las relaciones de propiedad, reivindicación profunda de la soberanía y endogenización de capacidades productivas de medio y alto valor agregado. Si este escenario se concreta, transitaremos hacia la institucionalización de tímidas reformas parciales periódicas, como una forma de apagar preventivamente el previsible incendio social.

c) Reflujo de luchas populares con síntesis de lo recorrido y revigorización de las ideas socialistas.
Casi con seguridad, llegado el límite de la gobernabilidad progresista, experimentaremos en escala regional un retroceso con la llegada al poder de viejos lobos con nuevas pieles. Siendo este ya un hecho en curso, pero reconociendo que hay ya una masa crítica de reflexión académica, acción ciudadana, movilización y experiencia electoral y de ejercicio del poder, los sectores de izquierda y proyectos políticos mas caracterizados, tienen la responsabilidad de reposicionar la idea del socialismo, revitalizándola con su contenido original e integrando en forma creativa y abierta las características latinoamericanas en que debe ser reivindicado e instaurado. Esta es una tarea de mediano - largo plazo, donde hay que desembarazarnos de la idea de rápidos accesos al poder por vía electoral, sin mayor profundidad programática y en una situación tal, donde los compromisos impidan la posibilidad de concretar transformaciones realmente interesantes. Ya las ideas corren, aunque más allá de lo deseable en versiones deslactosadas, lo cual nos obliga a salir al sol para completar las bases de un auténtico socialismo latinoamericano. El punto anticipable de llegada de un buen trabajo en esta dirección, es el desmonte progresivo de la matriz neoliberal que se instaló en la región, con estrategias seguramente simultaneas de acción electoral, ciudadana y de defensa de la soberanía, que permitan un acceso a espacios de poder sin los compromisos del pasado, con abanderados elegidos para hacer lo que sus parientes lejanos de los neosocialismos temieron hacer.

La situación no está para artes adivinatorias, pero advertir los escenarios posibles y disponer las energías necesarias es un ejercicio sano, ante la bancarrota del siglo XXI. En el límite de la explotación y el saqueo, con la agudización de la lucha entre potencias por apropiarse de la región pero con la luz de fondo del cansancio de los pueblos, Latinoamérica puede y debe levantarse, una vez más, para hacer frente en nuevas condiciones al reto de llenar el poder con el vigor de una nueva sociedad, sin dogmatismos ya caducados, pero sin disfrazar las tramas corruptas a lo Petrobras, la ineptitud y la cleptomanía de los herederos de Chávez o el autoritarismo delirante de Correa, de lo que no son, es decir, de socialismo.


Nota de coyuntura: el linchamiento mediático y el evidente prejuzgamiento a que se ha sometido a Luis Ignacio “Lula” Dasilva en días pasados, es injustificable y quizá el expresidente no haya visto un peso de esta urdimbre corrupta. Sin embargo, no debe dejar de inquietar que durante su gobierno y el de quien lo sucedió, se ejecutó un millonario desvió de recursos de hasta por 8000 millones de dólares. Algo va de lo uno a lo otro y con simples voces de “conspiración” y “golpe suave” no se puede dirimir el asunto.