Al decir de un reconocido medio
nacional afecto a círculos tradicionales del poder, la incorporación de las
FARC devenidas en partido político a la lucha legal, moverá “placas tectónicas”
a ambos lados del espectro izquierda – derecha. De hecho, un riesgo inmediato
de un acuerdo de paz como el colombiano, es que las farc, imprescindibles en adelante
para la gobernabilidad de Juan Manuel Santos y cia, terminen asimilados al
establshment e instrumentales a la continuidad en el modelo social y económico representado
por el santismo. Pero esta no es mi preocupación inmediata, ya que las farc son
en ultimas, ellos mismos, los dueños de su destino político. Eso sí, esperamos
que en una actitud de madurez y firmeza en sus planes, estos compañeros -o al
menos una buena parte-, lleguen a hacer política por un país diferente con
humildad, al lado y en coordinación con quienes lo llevamos haciendo sin armas
y en diferentes expresiones del movimiento social por muchos años ya.
Me inquieta esa sí, la catarsis
que las tantísimas y tan dispersas expresiones de la izquierda colombiana, estén
-o no- haciendo en este interregno de nuestra historia, como nos estamos viendo
y como nos queremos ver y más aún, en que espejo nos reflejamos. Porque podemos
reflejarnos en la madurez de las lecciones recogidas, en un plan serio para la reconstrucción
y adaptación de un proyecto revolucionario que fue derrotado con enorme violencia
por los sectores dominantes, aplicados como es necesario a constituirnos en la
variedad de nuestro pueblo como una alternativa cohesionada y creíble de poder.
O también -y que gran riesgo hay de que esto sea lo que pase-, podemos
asomarnos en nuestros queridos pero autodestructivos espejuelos de la vanidad,
del sectarismo porque si, del hegemonismo y del embotamiento ideológico y
organizativo de un posacuerdo que no es automáticamente ni de cerca, una
autopista que nos llevara a un nuevo gobierno de vocación popular y
transformadora.
Luchar en nuevas condiciones,
pero seguir luchando por un país radicalmente diferente, es un reto a nuestra
lucidez, a nuestra comprensión del momento político y a nuestra propia historia.
Reflejarnos en el espejo de la unidad para construir el programa y las apuestas
organizativas y de lucha que le devuelvan vigencia a la izquierda opuesta a los
absurdos del deforme capitalismo criollo, requerirá de dosis de madurez, de
desprendimiento y de sentido de lo estratégico que nos han sido esquivas por
mucho tiempo. Que bien nos vendría por ejemplo un buen seminario ideológico de
las izquierdas colombianas en el umbral del posacuerdo, donde nos inventariemos
con tranquilidad, en nuestras miserias como en nuestras virtudes, donde hagamos
un gran pacto para que el proyecto de una Colombia realmente diferente -socialista
pensamos algunos aun-, no se ahogue en un mar de optimismos candorosos porque
ahora si llego la “paz”, sino que se recomponga para buscar el poder en mejores
condiciones; tal seminario es quizá simplemente imposible, pero permítanme soñar
en este punto e invitar -también con una alta dosis de ingenuidad- a pensar prontamente
en tal escenario.
Los acuerdos de La Habana, abren más
de una oportunidad muy interesante para avanzar en la resolución de problemas
materiales y espirituales de millones de colombianos, pero pueden ser los
adoquines de un camino para una paz sin transformaciones en las lógicas del
poder, que como la historia atestigua, son la simiente de nuevas
conflictividades. La ampliación de nuestro espectro político, la modernización de
una parte del campo colombiano, el ahorro en muertos y desposeídos que el fin
del componente armado del conflicto trae, son razones poderosas para votar sin
ambages SI el próximo 2 de octubre, pero en absoluto son el programa democrático
y soberano que nos merecemos para bien de nuestro pueblo. Revisemos bien a cual
espejo nos queremos mirar, para no dolernos en un futuro cercano de haber
dilapidado otra oportunidad para ponernos desde la izquierda al día con el
pueblo y saldar la enorme deuda que con el tenemos por no haber sabido antes
encontrar coincidencias estratégicas.